Caigo en la cuenta del techo y de tus manos, tu mano vieja y cansada rozando mis hombros acompañandome en aquello que no quiero, el destino que no deseo, me muestras el techo que tu ya conoces, muestro mi respeto y mi desencanto.
La luz tenúe, llama de misterio que no deseo, la fatalidad mortal a la que temo.
Me acerco, no quiero pero debo hacerlo, debo amar mi muerte, debo querer sentir ese dolor, ese momento en que ya no te pueda sentir.
Sentir el brazo de devenir en mis entrañas, sus dedos presionando el corazón, detiene mi pulso.
Siento esa fría mano, el calor que se acerca al helado golpe, esa fuerza que traga cada golpe que he dado.
Tu me tomas fuerte, mi vida se va con la mirada que fijas en el cielo, haces eco en mi muerte.
Tu voz es la del tiempo y tu calor es otro vida para mí.
Vuelves a ser, dejas la sombra y me dejas verte.
Toco tus arrugas, aliso tu sonrisa, besas mi frente.
La luz se hace más clara más fuerte.
Si hay distancia es poca, porque siento que ese espacio entre yo y la vida es llenado por mi muerte, siento que ese abismo oscuro que no entendía eras tu a quién había olvidado.
Me gusta ver como me abrazas, como me esperas.
Recuerdo cuando no te podía ver. Cuando no podía entenderte.
Cae tu voz mil veces en mi boca, cantas y cantas sobre la gloria.
El regocijo, las barcas cruzando el pasado, mis ojos soplando sobre ti.
Callendo mis brazos sobre tu cielo.
Levantando mi mente en tu lecho.
Cayendo todo en mí en ti.
Estaba en la esperanza de nubes y ahora estoy en el lago de tu consuelo.
El amora que haces lo sacas de tu bolsa.
Los lugares son los de antes.
Mi corazón deja y deja de ser.
Se enfría pero sólo entre las manos de del siguiente instante, por que en tus manos se hace caricias.
Dejame que me quede contigo, dejame que pueda ser gotas que corren en ti.
Dejame recorrer tu abrigo.
El color es sensación, lumbre entre las cosas.
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